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Vengo del corazón a mis trabajos

Susana San Juan

Susana San Juan

 

Durante la semana pasada, tras releer algunos párrafos de «Pedro Páramo», sobre todo lo referente a Susana San Juan, recordé que cuando leí esta novela de Rulfo por primera vez acabé enamorado de esta mujer.

 

Susana San Juan, la última esposa de Pedro Páramo, la de la sepultura grande, la que algunos decían que estaba loca y otros no, la Susana niña, la Susana que se casó con Florencio, la Susana que vivió con Bartolomé San Juan –su padre–, y la última Susana, la esposa que vivió en La Media Luna con el cacique Pedro Páramo, que él no se atrevió a tocar, a la que consideraba intocable, pura, la que estaba por encima de todos los hombres.

 

«-Yo. Yo vi morir a doña Susanita.- ¿Qué dices, Dorotea?- Lo que te acabo de decir.Al alba la gente fue despertada por el repique de la campanas. Era la mañana del 8 de diciembre. Una mañana gris. No fría; pero gris. El repique comenzó con la campana mayor. La siguieron las demás. Algunos creyeron que llamaban para la misa grande y empezaron a abrirse las puertas; las menos, sólo aquellas donde vivía gente desmañanada, que esperaba despierta a que el toque del alba les avisara que ya había terminado la noche. Pero el repique duró más de lo debido. Ya no sonaban sólo las campanas de la iglesia mayor, sino también las de la Sangre de Cristo, las de la Cruz Verde y tal vez las del Santuario. Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la noche. Y de día y de noche las campanas siguieron tocando, todas por igual, cada vez con más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos. Los hombres gritaban para oír lo que querían decir. “ ¿Qué habrá pasado?”, se preguntaban.A los tres días todos estaban sordos. Se hacía imposible hablar con aquel zumbido de que estaba lleno el aire. Pero las campanas seguían, seguían, algunas ya cascadas, con un sonar hueco como de cántaro.- Se ha muerto doña Susana.- ¿Muerto? ¿Quién?- La señora.- ¿La tuya?- La de Pedro Páramo.Comenzó a llegar gente de otros rumbos, atraída por el constante repique. De Contla venían como en peregrinación. Y aun de más lejos. Quién sabe de dónde, pero llegó un circo, con volantines y sillas voladoras. Músicos. Se acercaban primero como si fueran mirones, y al rato ya se habían avecindado, de manera que hasta hubo serenatas. Y así poco a poco la cosa se convirtió en fiesta. Comala hormigueó de gente, de jolgorios y de ruidos, igual que en los días de la función en que costaba trabajo dar un paso por el pueblo.Las campanas dejaron de tocar; pero la fiesta siguió. No hubo modo de hacerles comprender que se trataba de un duelo, de días de duelo. No hubo modo de hacer que se fueran; antes, por el contrario, siguieron llegando más. La Media Luna estaba sola, en silencio. Se caminaba con los pies descalzos; se hablaba en voz baja. Enterraron a Susana San Juan y pocos en Comala se enteraron. Allá había feria. Se jugaba a los gallos, se oía la música; los gritos de los borrachos y de las loterías. Hasta acá llegaba la luz del pueblo, que parecía una aureola sobre el cielo gris. Porque fueron días grises, tristes para la Media Luna. Don Pedro no hablaba. No salía de su cuarto. Juró vengarse de Comala:- Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre.Y así lo hizo».

 

Juan Rulfo, fragmento de «Pedro Páramo».

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