Nadie va a Durango....
No conozco todavía a nadie que haya ido de vacaciones a Durango... No, ni siquiera a alguien que haya ido en viaje de trabajo. ¿Durango? ¿Dónde está? ¿Es parte de México? ¿Acaso es un páramo de fantasmas? En Durango nunca pasa nada; al menos no se sabe que pase algo. Las malas lenguas pregonan que allí hace mucho calor; que es una tierra caliente, donde se dan los alacranes por montones. Hace mucho tiempo Durango fue un oasis, durante la fiebre del oro; incluso en ese lugar se filmaron algunas películas, westerns hollywodenses. Ese suelo caliente fue pisado por el mítico Doroteo Arango, lo recorrió montado en su caballo, con carrillera, sombrero y un enconado odio por los yanquis. Pero ya no hay diligencias, ni pistoleros, ni mujeres con vestidos amplios con olanes, ni saloons, ni buscadores de oro llegados todos los días, ni fervor, ni mucha gente siquiera. «Ya el horizonte no es un potro bronco, pepitas de oro no hay tan a la mano». Lo que sí hay es «un sol que todo lo quema, que todo lo calcina». No obstante, quiero conocer Durango, porque Durango para mí es a la vez un misterio y un escenario de cartón, como la Barataria de Sancho Panza, o el Comala del sur jalisciense, o la Piura del desierto peruano, o La Yesca metida en el fondo de un barranco y en los recuerdos vivos de mi madre.
Durango. La palabra misma pareciera ser una combinación de durazno y mango, dur-ango. Es una palabra que puede comerse, un vocablo que no existe en los noticieros nacionales, un lugar que para llegar hay que auxiliarse de un mapa que todavía no es encontrado, ni siquiera trazado. «¿Será por eso que nadie va a Durango?». Nadie va a Durango.... Jaime López la cantó una mañana de diciembre en un minibús por la López Mateos. Y hasta entonces nadie había ido a Durango. Hoy, por lo menos, yo quiero ir a Durango.... Nadie más. Iré. Y de vuelta, sobre la carretera quizás, sabré «porque están tan solos en Durango».
«Aquí la mano de Dios está re lejos, ¿será por ser tan ateos?, dice un vato. Se fue John Wayne y el pueblo es un fantasma, ¿será por eso que nadie va a Durango?».
(Jaime López, «Nadie va a Durango»)
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