Sabores nocturnos
«…las noches de calor
pasarla con amigos
arriba de un balcón
cantando algo de Silvio
hasta el amanecer»
Yahir Durán
Hace algunos días vi por la calle a Rafa, a quien no había visto desde que se casó. Mis primeras lecciones de guitarra –soy cabeza dura para eso, o acuso falta de talento más bien– me las dio Rafa precisamente. Pero lo que más vino a la memoria al topármelo en la esquina del barrio fueron aquellos días ya lejanos:
En las noches, Rafa congregaba a los del barrio alrededor suyo. Rafa, con un cigarro en una mano y la guitarra en la otra, caminaba distraído, apaciguado como quien después de un largo día de trabajo se tira a descansar para ya no levantarse sino hasta el día siguiente. Todavía no se acodaba en las raíces del enorme hule afuera de la tienda de abarrotes de don Rosendo, cuando ya la gorra recorría la rueda para reunir la cooperacha de las caguas. Al tiempo que Rafa deshilaba «Sombras nada más» con un blues desgarrado y preciso, las palomas que emergían de su guitarra negra le tendían una emboscada a la medianoche. Los sabores nocturnos de Rafa en sus arpegios, y su voz alada de caguama, se elevaban a la noche envueltos en cristales oscuros, pululando como palabras que apenas se distinguen en la distancia. «Te recuerdo saltando los charcos…», era el escenario en el que «El Blues» se unía al grupo. Ceremoniosamente extraía de su camisa percudida su armónica y ensayaba algunas notas con ademanes delirantes. Interrumpía su ensayo y pedía la caguama para empinarle, desesperado y casi furibundo, un trago que se antojaba no terminaría. «Si naces en el Golfo, de golfo te la pasas…», las voces de Rafa y «El Blues» se confundían, se alejaban una de la mano de otra, cercando los muros, encharcándose en el filo de la acera, rasgando los cuerpos apretujados en torno a un mundo oloroso a cerveza que no tomaba en cuenta el vientre blanco del amanecer. Las voces iban perdiendo fuerza, la noche iba perdiendo sus oscuridades acompasadas, los sabores nocturnos se impregnaban en nuestros cuerpos con destellos de viento, de ése que solamente viene de noche, y se derramaban luego, al día siguiente. Con las primeras luces, Rafa se alejaba tal como había llegado: fumando, distraído, despacio con su ritmo de tortuga. Y «El Blues», dormido un buen rato antes, se aferraba al tronco madre del hule de don Rosendo.
Una noche Rafa dobló la esquina con aquella eterna lentitud en sus pasos, como siempre distraído, pero sin la guitarra colgándole de un hombro. Venía fumando. Una vez en el hule, dijo que esa tarde había vendido su guitarra negra.
A partir de ahí los sabores nocturnos ya no le pudieron seguir «robando luz al sol».
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