Cincuenta años (2)
Aquí va la segunda y última parte de la crónica empezada ayer.
«Los fantasmas se hacen de cuerpos y con pasos de sol van pintando el ruido en el mosaico gris, le dan la vuelta a su rostro opaco, las cuatro de la tarde y la modorra que produce la comida habrá de quedarse en el umbral del salón, a fin de engarzar algunas ideas en el Seminario de Tesis o discernir a qué género literario pertenece el texto en turno. Dos o tres conversan sobre cine o difieren en la lectura del libro que habrá de ensayarse para Literatura Hispanoamericana, y la tertulia improvisada en las afueras del aula acaba sin sobresalto ni conclusiones tajantes. A un mismo tiempo, sin palabra de por medio unos detrás de otros ocupan sus bancas incómodas. Alguien interrumpe la clase: el saloneo para los avisos de conferencias, talleres, revistas literarias incipientes, congresos en nuestras paredes o más allá de las fronteras jaliscienses, suspensión de clases, concurso de altares, fiesta con cerveza por inauguración de cursos o diversión pura, proyección de documentales en foro, pedimento de recursos para apoyar a los movimientos que defienden sus libertades o a la anciana impedida físicamente; se plantan en medio de elaboradas poéticas modernistas europeas o versos endecasílabos que abandonan los cuadernos de apuntes y se fugan por entre las rendijas buscando calor. Sentados a un lado de un macetón, en círculo maltrecho, tras de que la segunda clase ha bajado el telón, alguien anima la charla sobre los días de fin de cursos, lo apretado que se han vuelto los semestres, la entrega de trabajos finales que agotan el tiempo y generan adictos a la cafeína y la nicotina. A esas alturas hay que ir a la fondita por un huarache de asada, un vaso de fruta picada con don Toño, un andatti al Oxxo, una botella de agua con don Poncho, y echarle de pasada un vistazo a los libros usados. La tarde da sus últimos respiros, las primeras sombras trepan por los costados del edificio, las lámparas alargan y achican cuerpos en cuatro direcciones, y hay que enchamarrarse porque las palabras corren el riesgo de helarse. La Literatura Mexicana es el último escalón de la jornada: los románticos se enfrentaron al mundo desde su trinchera entendida, y el murmullo de disertaciones se va apagando. Una última oleada de voces y risas avanza y retrocede mientras alguien habla de narrativa cinematográfica o sostiene una acalorada exposición de la historia de las religiones. La oscuridad cerca por los cuatro lados del mundo la vieja facultad, y hay que estar atento para no dejar la sombra por ahí: hay que llevarla consigo para poder regresar al día siguiente, con un nuevo abecedario dado a luz al dormir, con un libro que se abre por primera vez, con la intención de aprender del dogma recetado para decir que se sabe literatura, y de aquello que se puede sacar de toda lectura.»
(En el Rojo Café, este viernes próximo a las 9 de la noche, habrá un concierto de mariachi tradicional, altamente recomendable, con la actuación de Las Tecuexinas –música prehispánica– y el Mariachi Antiguo de Acatic –uno de cuyos integrantes tiene 99 años–; tocarán música de rituales, danzas, contradanzas, sones, música criolla de Los Altos, música tradicional de Acatic, polkas y canciones antiguas –anteriores a la Colonia–).
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