¡Uff!, leer
A la Rendidora Sabelotodo, a últimas fechas, le ha dado por leer. Los libros que, originariamente, eran de su hermano, ya se los agenció: le contó a la Chica Azul que por la noche, en lugar de encender la televisión se pone a leer. Está adentrada ahora en El profesor Zíper…, un libro de aventuras infantiles que escribió Juan Villoro. Es verdad que es difícil imaginar a la Rendidora, tendida en la cama, leyendo hasta altas horas de la noche; lo complicado viene por la mañana: su madre libra una dura batalla con ella para que se levante y se arregle para ir a la escuela. Aún con todo, no puedo evitar sonreír al saber que esa niña de 6 años se ha convertido en una devoradora de libros, y no precisamente como aquel personaje de los Muppets que todo se tragaba.
Mi abuelo leía, y leía mucho: todas las tardes, en aquel patio de soles verdes metía por largas horas sus narices en la Biblia. A menudo me llamaba para que me sentara a su lado: entonces leía en voz alta, y al poco rato se detenía para preguntarme si había entendido. Yo siempre decía que sí aunque, debo confesarlo, las más de las veces no lograba pescar nada. Sin embargo, aquella imagen de su figura encorvada sobre aquel grueso libro aún me persigue; y quizás de allí se gestó mi gastada inclinación por los libros.
Dicen que el mejor libro que uno ha leído, cuestión paradójica y alucinante, es el que se está a punto de leer: acometer aquellas páginas nunca puede presumirse como un acto culturoso, sino como un enfrentamiento ante gigantescos molinos de viento que pueblan un mundo que no deja de sorprendernos, de asustarnos, de desorientarnos.
“Leer, más que un ejercicio óptico, es un proceso en el que concurren simultáneamente el alma y los ojos”
Italo Calvino, “Mundo escrito y mundo no escrito”
(Ya hay, ahora sí, más allá de rumores, algo concreto sobre el regreso de Los Leones Negros a la primera división de futbol nacional).
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