Cuadros de costumbres
En Morelia, El Nigromante es una calle espléndida: adoquinada, a sus costados casonas viejas y un templo barroco cuyo flanco izquierdo luce dos altos portones rústicos, y al final hace cerrada entre cafés y bares con mesas y sombrillas en las aceras, cuyo aire urbano sucumbe a su traza rural. Realmente es una calle de ésas que uno se da gusto recorrer. Pero, ¿quién es El Nigromante? Su nombre de pila es Ignacio Ramírez, y es uno de los escritores mexicanos más importantes del siglo XIX. A continuación, dos fragmentos de sus cuadros de costumbres: La estanquillera, la mujer que vendía tabaco en el estanquillo, lugares muy populares en el siglo diecinueve mexicano y hasta mediados del veinte, pero hoy totalmente erradicados. Quizá en algún pueblo perdido en la vastedad de la república subsista algún estanquillo, pero en los pocos que he visitado no he encontrado alguno.
LA ESTANQUILLERA
¡He aquí un tipo verdaderamente nacional! La vendedora por menor de puros, de cigarros y de los otros artículos que producen las rentas estancadas, es hija del monopolio; y la hemos visto agotarse y degenerar bajo la libertad del tabaco: su alimento le viene de Orizaba. La piedra de un litógrafo la ha cantado, y procurará retratarla nuestra pluma. A Flora se le consagraba el aroma de las flores, que ella misma cultivaba; hermosa estanquillera dame una cajilla de puros para que pueda yo presentarte al público en tu santuario, envuelta con el humo fragante de tus mismos pebeteros.
La verdadera estanquillera debe ser joven, hermosa y decente; con su juventud conquista el puesto que ocupa; con su hermosura aumenta el número de los marchantes; y la decencia de su cuna, es una garantía de que no se ocupará en ninguna faena doméstica, y de que enteramente se entregará al cumplimiento de su augusta misión, que es la venta del tabaco. Ave de paso se ha detenido en el estanquillo para emprender de nuevo su vuelo hacia una elevada esfera; por eso en su domicilio, ausente la dueña, nada revela que una mujer lo ha habitado; el hogar no conserva la huella del fuego; los utensilios de cocina jamás han adornado aquellos muros; ninguna aguja se esconde entre las hendiduras de los ladrillos; la estanquillera come del bodegón, y compra sus trajes en las tiendas de los empeños: la estanquillera no es mujer de su casa, sino del estanquillo.
(México, mayo de 1855)
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