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Vengo del corazón a mis trabajos

Ahí viene… Ahí viene...

Ahí viene… Ahí viene...

 

 La “ciudad navideña por excelencia”, como han dado en llamar a Guanatos, luce más acelerada que de costumbre: los adornos navideños que penden sobre las calles y avenidas céntricas son testigos de este ajetreo: el tráfico vehicular se ha vuelto más nutrido no sólo en horas pico, sino casi a cualquier hora del día; hordas de transeúntes casi inanimados que andan de tienda en tienda buscando el “mejor” regalo y que, si uno se descuida, acaban atropellándolo; los aparadores de multitud de tiendas ofrecen sus mercancías con alusiones a la época, algunas a mayor precio que de costumbre y otras, las menos, a menor costo del usual; el acelere es notable, perceptible, visual, incluso sofocante. En fin, la ciudad está patas pa’rriba.Las connotaciones de la época son variadas y presenta muchos tintes, que van desde la más melosa simplicidad, pasando por la propiedad y mesura y yéndose hasta el otro extremo: la indiferencia y apatía por un festejo que, según dicen, no es más que un día como cualquier otro. La verdad es que hay algo de cierto, pero también algo de mentira en ello.En mi casa, siempre quisimos celebrar la nochebuena y la Navidad, pero por muchos años no nos fue posible por factores que no viene al caso citar. El asunto es que hoy sí nos reunimos, cenamos, abrimos regalos y vemos caras que por mucho tiempo han vivido escondidas. Hay algo de infantil y titánico en nuestra querencia: recuperar aquellos años y quizá lo no vivido. 

(En el cartón de “Escuincles” de ayer en Público, tiene lugar este diálogo entre Moños y Chipotes. Inicia diciendo la niña: “Algo que no me gusta de la Navidad es que todos compran como locos”, y ella misma continúa: “Deberíamos reflexionar sobre ese consumismo y mejor regalar amor”. Y el Chipotes le contesta: “¡Qué difícil!”, y agrega: “¿En dónde le pones el moño al amor?”. Al final, Moños, con cara de angustia dice: “¿En dónde? ¿El moño?”.)  

 

 

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