Un abrazo de oso
En medio de nochebuena, la cena, el abrir regalos, los buenos deseos, el encendido de luces de bengala, la acostada del Niño, el brindis informal del ponche y los tequilas que se colaron, se aparece el asunto de los abrazos. Este último acto es considerado por la mayoría como la culminación de un rito de querencias y deseo de parabienes y esperanzas. Sin embargo, hay quienes consideran los abrazos como una cuestión de la que quisieran decir, “yo paso”.
En esto hay, como casi en todo, extremos, mesura, prodigalidad, y también priva aquello de dar a cada quien lo que merece. Los más representativos especimenes en lo que toca a este tema, quizá sean éstos:
Está, por ejemplo, aquel que da un abrazo al inicio de la reunión, cuando llegan las 12 de la noche y al momento de despedirse. El de los formalismos y puntuales anotaciones.
O el vivillo megameloso que abraza doble, en estos tres momentos, a mujeres solteras y guapas, haciendo fila incluso en la que se forma una y otra vez. De mujeres que hagan esto no he presenciado, pero es casi seguro que también las hay.
El formal que abraza sólo cuando es perentorio, como una manera de expresar el sentimiento que lo embarga –aunque con cautela- o como correspondencia a un acto de cortesía o amabilidad.
El que rehuye a los abrazos, que se esconde cuando todos en la sala se abrazan, y cuando aparece pretexta una emergencia en el celular o un desahogo de penas en el retrete; a éste, incluso, en ocasiones el tiro le sale por la culata, pues entre los invitados no falta aquél que con iniciativa inicia la serie de abrazos únicamente para él, formando una fila.
O ése que todo el tiempo anda colgado de quien aprecia, llega a veces a ser encimoso, aunque también se le puede considerar querendón y atento.
O el que piensa y distribuye sus abrazos conforme a quien tiene enfrente: éste no se lo merece, aquélla sí, el que tengo al lado no, a los que están ausentes se los guardo, etcétera. ¿Será selectivo o tímido?
Un abrazo, en última instancia, puede asimismo constituir un buen final para una disputa, un llamado de necesidad, una manera de despedirse sin que medie palabra alguna o la llana expresión de una querencia de amistad o de amores. Lo que sí es que a los abrazos, cuando vengan, no hay que sacarles la vuelta.
(La continuación del cartón con el Chipotes y la Moños: “Con mis ahorros voy a comprar una cajota de chocolates”, dijo el Chipotes, y agregó: “… Y se la voy a regalar a mis papás de Navidad”. “¿Por qué mejor no les regalas un abrazo, un beso y les dices que los quieres mucho? ¡Eso les va a gustar más!”, le replicó la Moños. “¡Pero no puedo hacer eso María! ¿Y dónde me hagan lo mismo y no me compren nada por andar de romántico regalando amor?”, concluye asustado el Chipotes.)
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