Insomnio
En mi vida, en algunas noches he batallado para lograr conciliar el sueño, ya sea por factores ajenos o por turbulencias en mi interior, por un cansancio desmedido o porque en una época me acostumbré a no dormir de noche –trabajé año y medio de 7 de la noche a 7 de la mañana–; incluso, porque por algún tiempo llevé a la práctica una máxima de mi abuelo que decía: «ya dormirá uno cuando se muera»; pero, invariablemente, tras esos lapsos de momentáneo insomnio acabo durmiendo sin más sobresalto que un despertador que se atraviesa a mitad de la placidez.
Muchos dicen que dormir es uno de los mejores placeres que puede disfrutar el ser humano, para el cual no se necesita de compañía o incentivos como sí sucede con otro tipo de satisfacciones. Y, debo anotarlo, conozco personas especialistas en esto de la dormitancia, que donde recargan la cabeza ahí se despatarran y acurrucan para disfrutar un largo sueño –esto está fuera de mis posibilidades–. Hay quien, también, puede dormir por más de 24 horas consecutivas; ésos sí que, prácticamente, «se tiran a morir» –también esto no lo podría conseguir yo–. Y también están esos otros que no necesitan más que acostarse para, transcurridos algunos segundos, comenzar a roncar o a soñar, o las dos acciones al mismo tiempo –y esto otro también me está vedado–. Qué le vamos a hacer, soy delicadito para domir, dicen.
Todo esto viene a propósito porque Arcángel, el protagonista de Cuentos de hadas para dormir cocodrilos, sufre, como todos sus antepasados cercanos y lejanos –desde su bisabuelo hasta su padre–, de un insomnio permanente, no duerme nunca. Por este «pequeño motivo» su esposa lo abandona, llevándose a su pequeño hijo –que padece autismo–, aludiendo que no descansan, que no pueden convivir ya con él. A partir de este desencuentro se desata una historia cuya estructura es más bien cíclica: su bisabuelo, por ganar tres monedas, siendo niño mira a los ojos a un coyote –se dice que éste acabará llevándose el sueño del que se atreva a mirarlo fijamente por un rato y la condena pasará de generación en generación–, y ahí comienza el rosario de desgracias para la familia de los Arcángel. El bisabuelo, al crecer, siempre se le ve en compañía de un amigo, de nombre Mingo, a quien a mitad de la noche siempre despierta para que le cuente lo que estaba soñando –algo vedado para él–, pagándole cada vez una moneda de plata. ¡Pagar para que otros te cuenten sus sueños y los que uno no puede soñar! Es como desear ser otro.
Como dije antes, la historia es cíclica hasta llegar con Arcángel, quien, al final, de algún modo, rompe con esa maldición que siempre pesó sobre su familia –una solución más bien fatídica y desesperada. El argumento y la historia no son tan simples como aquí las presento, pues sólo tomé la arista que tocaba con el asunto del domir. Se trata de una película rica argumental y visualmente, altamente disfrutable.
Cuentos de hadas para dormir cocodrilos es un filme que recomiendo ver, cuyo director y guionista es el mexicano Ignacio Ortiz Cruz, producida en el año 2000. Ignacio Ortiz también fue guionista de Sin remitente, La mujer de Benjamín, La vida conyugal y Desiertos mares.
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