Primer día de andanzas
La estancia en Yucatán comenzó el lunes pasado, atravesando la ciudad desde el aeropuerto hasta el otro lado del periférico, donde me hospedé en una vieja casona rodeada de una vegetación tupida, aunque un tanto deteriorada por el paso del huracán Isidore hace algún tiempo.
Lo primero fue habituarme al clima: un sofocante calor, húmedo, que no deja de sentirse en todo el día. A menudo creía estar viviendo los días de más intenso calor en Guanatos, pero, viéndolo fríamente, no hay comparación: el calor yucateco es mucho mayor, más punzante y aletargado.
Ese mediodía comí frijoles puercos, un platillo que las familias yucatecas acostumbran comer los días lunes: está compuesto de frijoles negros con carne de puerco en caldillo; se le agrega cilantro, cebolla, rabanos, chile habanero, aguacate y se acompaña con tortillas pequeñas (la tortilla para taco de aquí), amarillentas.
Por la tarde di el primer recorrido al centro histórico: su catedral es blanca, donde se venera al Cristo de las Ampollas, un Cristo negro cuyo aposento se halla al costado derecho del altar mayor (aunque no es el principal); esa imagen es el estandarte de todos los gremios habidos y por haber: zapateros, comerciantes, taxistas, talabarteros, sastres, campesinos, choferes, agricultores, pescadores, electricistas, bomberos, panaderos, tortilleros, artesanos, joyeros, fontaneros, albañiles, etcétera. En un primer momento creí que por aquello de las ampollas se relacionaba con todos estos trabajos que requieren fuerza y empuje, pero el nombre le viene de una especie de “callos” que presentaba en las manos cuando fue descubierto.
Al costado izquierdo de catedral se encuentra el pasaje del arte, donde se ubica el Museo de Arte Contemporáneo yucateco; más allá la Casa Montejo, casona donde vivió Francisco de Montejo, el conquistador de la península; al frente se alza la plaza principal, donde a toda hora hay residentes y visitantes sentados en sus bancas verdes, resguardadas por palmeras y numerosos árboles y jardines; a la derecha, el Palacio Federal, un edificio antiguo, verde, de dos plantas. Por esa misma acera se ubican un sinfín de negocios: cafés, puestos de revistas y artesanías, tiendas comerciales y una nevería típica, donde me senté a degustar un sorbete: helado (pedí de elote) servido en copa, acompañado de un mantecado y un vaso con agua.
A dos cuadras, por ese mismo costado se erigen dos plazoletas, un templo que atienden franciscanos, dos teatros y el antiguo edificio de la Universidad Autónoma de Yucatán. Ahí se abre otro pasaje donde hay varios cafés al estilo europeo y la sede del Congreso yucateco. Otras dos cuadras más se topa uno con el barrio de Santa Lucía; pero de todo esto hablaré en otro post….
A propósito, en cuanto pisé tierra tapatía este fin de semana experimenté una especie de regocijo al respirar este clima al que me he acostumbrado. Pequeñas obstinaciones, diría alguien.
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