Blogia
Vengo del corazón a mis trabajos

Una batalla acuosa

Una batalla acuosa

 

 

Aquel día en que Cirilo se fue las nubes amanecieron pegadas a las ventanas del departamento del cuarto piso. La noche anterior oímos que corrían por las azoteas del edificio en el que vivíamos, y en el de al lado; cuchicheaban, y de pronto detenían su carrera, mas al poco rato emprendían de nuevo una zancada endiablada. Aunque ya se sabe que una nube es ligera si no está cargada de agua, éstas lucían más o menos grises.


Esa mañana, nos hallábamos cercados. Incluso una, regordeta, había logrado escabullirse a la sala: lo hizo por el patio, dividiéndose en pequeños cuadros para atravesar la pared cuadriculada; era pequeña y sus ojos colgaban junto al foco apagado; después, se paseó por la cocina y fue a acostarse sobre el comedor. Polita se asomó por la ventana del estudio y me dijo que otras nubes andaban rondando las paredes; me asomé y las vi como plantas que se adhieren y van apoderándose de todo lo que tocan. Allá abajo, por calles y aceras iban y venían, dejando rastros húmedos, hilitos de agua que se abrían paso entre restos de periódicos y el empedrado, como si cada una trajera su propia lluvia dentro y la pariera sin ningún cuidado en todo lugar.


Polita cerró de pronto la claraboya del baño, dos pequeñas nubes forcejeaban, gritaban; querían entrar al departamento. Al fin, ella, con los ojos desesperanzados, soltó la claraboya y cerró tras de sí la puerta del baño; las nubes hicieron suyo ese cuarto. La que se hallaba tendida encima del cristal del comedor se deshacía patas abajo, en un reguero lento. Polita buscó en los cajones y alacenas algún trapo que sirviera de pronto para tapar la boca de esa nube y que no siguiera vomitando agua; al fin, de entre algunos cubiertos sacó un pedazo de tela –extraabsorbente decía la bolsa– y se abalanzó sobre la nube que no tuvo tiempo de hacerse a un lado. Las vi forcejear por un momento, en tanto ya se escuchaban golpes del otro lado de la puerta de madera del baño. Polita, concentrada, había logrado vencer a la nube; se alejó del comedor rumbo al lavadero del patio, a exprimir aquellos restos de nube.


El sol, sigiloso, se introducía poco a poco por las ventanas; las persianas corridas le deban paso seguro. Como sombras que caen de pronto, cuatro nubes descendieron de la azotea por las ventanas y se montaron sobre los fragmentos de sol que había en la sala del departamento. Todo se volvió oscuro de un momento a otro. Tuvo lugar una batalla descabellada, de la que salieron victoriosas las nubes, y el sol emprendió la retirada. Para cuando nos dimos cuenta, las nubes se habían desperdigado por todo el departamento. Caminábamos en agua. Las veíamos treparse a todos los muebles, brincar sobre una sola pata, rebotar en el techo. Momentos después ya se habían vuelto manchas oscuras con la ayuda de la noche.


Agotados, temerosos, las dejamos ahí y decidimos ir a descansar. Nos vimos obligados a sacar de la recámara unas cuantas, que se solazaban cuán largas eran sobre el colchón. Del otro lado de la puerta se oía que discutían, unas más jugaban cartas, otras se amaban, y también algunas pedían un espacio seco para tirarse panza arriba. Fue difícil, pero al fin pudimos dormir. Cuando desperté, Polita miraba por la ventana de la sala: las nubes se arrastraban en el edificio de enfrente queriendo entrar en una casa vecina. Pudimos ver que una mujer se movía desesperada tratando de impedirles el paso. Indiferente, corrí la persiana y salimos para ver a Cirilo que había regresado.

 

1 comentario

Pablo -

Ese Cirilo...