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Vengo del corazón a mis trabajos

Autopista del sur tapatía

Autopista del sur tapatía Hace poco, sobre López Mateos, una mujer montada en una camioneta se pasó una luz roja y tuve que frenar bruscamente. La mujer se asustó más que yo, y se quedó paralizada por unos instantes. Al fin reaccionó por los claxones de los autos que estaban detrás de mí, y cruzó la avenida; a los pocos metros un agente de tránsito la detuvo. Esto me da pie para comentar que hace tiempo alguien me dijo que cuando un acontecimiento como éste parte nuestro día, las horas subsecuentes se pasan en la más completa desorientación y se generan tribulaciones inexistentes. Hay algo de fatalista en ello, pero también algo de titánico. De tan sólo imaginar que lo que venga después de, por ejemplo, un susto o un accidente, va a ser peor que el acto mismo, resulta desproporcionado y lunático. Sin embargo, aquí cabe otra disertación: si no se reflexiona en torno a lo ocurrido, se corre el riesgo de que vuelva a suceder, como aquello que se está condenado a repetir cuando se dejan de lado las lecciones de la historia.Una cuestión final: me pregunto si la muchacha del Dauphine, en La autopista del sur, detendría su carrera alocada rumbo a París tras pensar que algo le puede salir al paso y desviarla de su ruta –cuando ya le ha pasado de todo–; o, dicho de otro modo, ¿qué se tiene que tener en cuenta cuando la adrenalina pide a gritos un cauce, aunque se tiene la certeza de que éste habrá de llevar por derroteros inseguros y alucinantes? (este post retendía subirlo ayer, pero por fallas cibernéticas no me fue posible)

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