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Vengo del corazón a mis trabajos

Aguas turbias y quietas

Aguas turbias y quietas




La tarde-noche de ayer transcurrió en soliloquios: sobresalió el de la lluvia pertinaz y las miradas que de vez en cuando yo echaba por la ventana.

«Cuando mueres por alguien, y su pecho deja de latir, no se olvida por un instante los momentos que pasaron juntos…»

En la computadora me saltaba de las manos Mayahuel, una mujer dolorosamente dolida que acabó hecha pedazos por el ataque de una horda de astros enfurecidos.

Dos Leones acabaron vacías, no obstante el ambiente frío que se desplazó sin miramientos durante toda la tarde y más allá del territorio de la noche.

El Macho profundo acabó bocabajeado en la mesa del comedor, quedando a deber la descripción de la escena en tantas páginas cacareada.

«Go west» de Pet Shop Boys. Y aquellos días en que Depeche Mode nos abría paso a todo lugar al que íbamos.

El primer bonzo mexicano de la poesía me atrapó cuando iba en el 50-B, que jugaba carreritas con otro sobre Federalismo queriendo ambos ganarle el paso al tren eléctrico.

El profe hablaba sobre la primera vez que se utilizó el término sociolinguística mientras en el pasillo de la facultad un niño era perseguido por su papá; nunca lo alcanzó.

«¿Qué hace Yuri ahí?», fue la pregunta. «Ésa me gusta», fue la respuesta. Esto bien cabe en aquello de los placeres culposos, pero en los extremadamente culposos.

El Espigadito llamó al celular. Hablamos un buen rato sobre el fucho –como él le dice al futbol–, también sobre los días idos y las cosas que se pueden hacer en los días por venir.

El Coyul, mientras tanto, al tiempo que atendía su clase de ética y legislación de medios, dejó deslizar que si la chaparra le aguanta el genio se amarran el próximo año.

La jornada acabó viendo los pininos de una falsificadora profesional: el esmero y la terquedad quizás tengan pronto mayores beneficios.

La tarde-noche de ayer transcurrió sin más soliloquios que el de la lluvia y su intermitencia…

 






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