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Vengo del corazón a mis trabajos

Poderes extraños

Poderes extraños

 


Siempre he imaginado que las secretarias (o secretarios) de los registros civiles, incólumes y con su aire de suficiencia ante sus máquinas de escribir, son seres enigmáticos, poseedores de extraños poderes, pero que siempre pasan de incógnitos: no he escuchado todavía a alguien que interrumpa la conversación para decir: «ahí va la del registro civil», como sí he oído que se dice: «ahí va el señor de la ferretería», «acaba de pasar la señora de los elotes», «ayer me encontré a la muchacha de la mercería», etcétera.


Esto viene a propósito porque estos personajes tienen el poder –extraño, pero poder al fin– de omitir letras de los nombres –apellido y todo– que se registran, para alterarlos, cambiarlos totalmente o ya de plano, inventar otros. (Lo divertido de esto es que estoy seguro de que no son conscientes de la posesión y manejo de esa cualidad). Y de esto sobran ejemplos:


No hace mucho tenía una amiga que se apellidaba Fragoso, su hermano era Fregoso y una hermana mayor que ella Fragosa; tres apellidos en uno, qué capacidad para encontrar vertientes a una sola palabra.
Es bien sabido que López, Pérez, Gómez, González, son apellidos provenientes de España, que con el paso de los años nos hemos apropiado; pero ya existen las variantes Lopes, Peres, Gomes y Gonzales –que suenan más a portugués–, gracias a la habilidad de cambiar una letra por otra (que suena igual, dicen) y omitir el detalle del acento.
Hay también nombres que han ido cambiando tras un proceso de quitar y poner, por ejemplo: conocí una señora que se llamaba Pabla, en lugar de Paula; o aquel hombre que en un trolebús le comentaba a otro amigo que su madre había decidido ponerle Asdrúbal, pero al salir del registro civil ya llevaba el nombre de Cristóbal –la mujer del registro no entendió y acabó escribiendo lo que le sonó más parecido. O Marialena, que quedó en uno cuando debían ser dos: María Elena; en esta corriente sobreabundan los especímenes: Mariamparo, Marijose, Maripaz, etcétera; o aquel exabrupto de Ivón, Ivone, Ivonne o Ivonee –nombres semejantes presentan iguales fenómenos–, a quienes se tiene que preguntar como se escribe y pronuncia su nombre para no alargar el error cometido.
Ahora, también en cuanto a las fechas de nacimiento hay sus negritos en el arroz; el ejemplo más fresco que tengo es el de un chompa cercano, que nació en junio 6, pero la mujer escribió en su máquina que había nacido en julio 6; este asunto lo resolvió diciendo a algunos que cumple años en junio y a otros que en julio; festeja dos veces por año. Y está la situación de aquél –que conocí personalmente– que registraron dos años antes su nacimiento, es decir, ¡era más grande un año que su hermano mayor!


Esto de los errores en los registros de nacimiento en cuanto a nombres y fechas es, tal como ocurre con los automovilistas presuntuosos y que se pasan por alto todos los artículos de vialidad y las buenas maneras de conducir, un mal endémico.


   

 
 

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