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Vengo del corazón a mis trabajos

Los riesgos de la ficción

Los riesgos de la ficción

 


«Algunos de los acontecimientos que aquí se narran son reales. Todos los personajes son imaginarios», se lee a manera de prólogo en «Las muertas», de Jorge Ibargüengoitia.

A propósito, hace poco más de dos semanas, en «El País» apareció una nota con esta cabeza: «Un escritor ‘linchado’ por sus personajes».

El argumento de la nota es más o menos así: Algunos vecinos del escritor francés Pierre Jourde intentaron lincharlo por verse reflejados en una de sus novelas. El asunto fue grave: en el verano de 2005, a Jourde y a su familia lo aguardaban seis o siete vecinos a la entrada del pueblo en lo que parecía una emboscada bien organizada. Piedras sobre el coche, cristales rotos, heridas a un bebé de 15 meses –hijo de Jourde–, histeria de su esposa e insultos que llevaron al escritor a demandar a sus personajes por intento de asesinato. Y precisamente ese día de publicación de la noticia comenzaba el juicio.

La novela que suscitó la polémica en ese pueblo del centro de Francia aborda historias de sexo y adulterio, hombres y alcohol, soledad y relaciones sanguíneas no conocidas, que se habían contado de boca en boca y de forma confidencial durante décadas.

Al leer esto, cabe preguntarnos: más allá del tinte tragicómico que pueda resultar el hecho, ¿un autor logra ficcionalizar del todo a los personajes inspirados en un ente real?, ¿la ficción, al tener como raíz un hecho real, invade el territorio de la realidad? ¿Es posible que lo relatado en una novela pueda tomarse como verdadero, aún cuando sabemos que se han novelado infinidad de historias ciertas? ¿Se justifica entonces –nunca se podrá entender– el proceder de «los personajes» en contra del autor?

El mecanismo de la ficción funciona siempre para anteponer un velo a lo que se cuenta, no obstante que se haya orginado de una anécdota o historia verídica. Por más que se identifiquen hechos en lo narrado, posibles involucrados, desenlaces, consecuencias, nunca será real lo que se cuente, pues eso ya ha pasado por un proceso a través de la pluma del escritor, semejante a un proceso de destilamiento en el que se retira aquello que pudiera dar pie a conjeturas que pudieran conducir a la identificación de lo escrito.
Jourde ¿los retrataría tal cual son?, y ¿sería su intención inhibirlos y ridiculizarlos? Seguramente que no, pero no está de más decirle a todo aquél que se dedica a escribir historias que: «cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar», por aquello de que se esté organizando en los subterráneos una rebelión masiva de personajes.

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